11/10/09

San Martín de los Milagros

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   Breve extracto del capítulo “Rumbo al Mundial”, de la novela, “Martín, una vida de película”, que alguien a la brevedad escribirá:

venía muy complicada la Selección Argentina. Recibía a la débil selección de Perú con la obligación de ganar sí o sí y mirar de reojo los otros resultados.

    Después de 10 años, el Titán volvía a la Selección. Volvía después de una quincena soñada, dos goles en un amistoso de la Selección y un gol récord de cabeza desde la mitad de la cancha para que resucitara su equipo en el campeonato local.

   Pero, insólitamente el técnico lo relega al banco, y desde allí observa el muy flojo primer tiempo del equipo. Ante un rival de un nivel infinitamente menor, Argentina sufre, llega poco, define mal, las estrellitas (sobre todo la más publicitada del mundo) siguen brillando por su ausencia. A la media hora el murmullo se hace grito, se hace ruego, se hace canción pidiendo la entrada del gran goleador.

  Y el goleador entra al comienzo del segundo tiempo.  A poco de empezar, Argentina en ventaja. Minutos después, en una jugada defensiva, recibe una patada en la cara. Sangre, nariz inflamada. Se teme por su continuidad. Falsa alarma, si con los ligamentos rotos siguió jugando y marcó su gol 100, mirá si iba a salir por la nariz rota.

   El segundo tiempo se consumía lentamente. Perú se despertaba e inquietaba, Argentina no llegaba y por si faltaba algo, se desató el vendaval. Una cortina de agua y viento le puso una cuota más de dramatismo al partido. La Selección seguía siendo una pálida muestra de lo que podría ser y no era. Y Perú llegaba y el arquero salvaba y la gente era un murmullo de intranquilidad. Y los minutos se consumían. Y cuando ya todo se acababa, la pesadilla se corporiza. La pelota viborea en el área local, no la sacan los defensores, aprovechan los delanteros y es empate de Perú. Sudáfrica empezaba a quedar en Plutón de lejos que se veía. Quedaba solo el descuento. Pero en la cancha estaba el héroe. Y en el último disparo del cargador, en ese buscapie rasante que tira el Pocho Insúa, la pelota solita se encarga de buscar a su eterno amante, al único capaz de mandarla adonde ella quería ir, al fondo de la red. Y todo es grito, y todo es festejo. Y esa lluvia impertinente moja la cara del goleador y disimula esas lágrimas indisimulables que mirando al cielo buscan la sonrisa cómplice del hijo que ya no está….”

PD: ¿Qué te pasa Diego?, humildemente acá y acá te lo dijimos, ¿puede ser que no te des cuenta quién es EL 9?

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